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La paranoia de los estereotipos: una crítica razonable

Roy Campos * El autor es especialista en Gobierno y Cultura de las Organizaciones

Durante la pandemia muchas ejecutivas y madres de familia tuvieron que renunciar a sus trabajos y dedicarse a educar a sus hijos. Para algunas eso significó un obstáculo desafortunado en el desarrollo de su carrera profesional. Para otras, el mismo hecho supuso una oportunidad para disfrutar el crecimiento de sus hijos y formarles personalmente.

Surgió así el dilema: madre o ejecutiva, he ahí la cuestión. Debido a este tipo de interrogantes, se suscitan debates, en ocasiones fuertes, que pueden generar confusión o polarizaciones. Amerita, entonces, reflexionar sobre una especie de paranoia que está configurando rápidamente la sociedad actual: la neurosis por destruir moldes antiguos y sustituirlos por otros nuevos. Este fenómeno no es nuevo, sino que ha sucedido en otros momentos de la historia: la diferencia es que se ha desarrollado muy rápido y es necesario ser algo críticos para asimilarlo.

La paranoia de los estereotipos está cargada de etiquetas que se asignan a las personas, y que luego se agrupan en grandes categorías: machista, feminista, socialista, de derecha o de izquierda. Pese a que no hay posiciones “químicamente puras”, los estereotipos no dan espacio a matices, porque las categorizaciones son absolutas. Bajo esta lógica, una feminista no puede ser madre y esposa, sino que debe ser independiente, y no necesita de un hombre para crecer profesionalmente o como persona. De nuevo, el movimiento pendular lleva a tomar una posición u otra, pero nunca una intermedia, ni tampoco nueva.

La narrativa

A inicios del siglo XX apareció la teoría o psicología de la Gestalt, y uno de sus principios fundamentales se resumía en la sentencia “el todo es mayor que la parte”. La narrativa de los estereotipos invierte ese razonamiento, porque asume que la parte es mayor que el todo. La humanidad es machista porque en algún momento de la historia ciertos hombres tomaron decisiones que denigraron a las mujeres, sin importar el contexto histórico en el cual sucedieron. Nuevamente, la lógica pendular hace pensar que nunca existieron hombres que dieran un trato digno a las mujeres. En consecuencia, hay que eliminar esos estereotipos anticuados y sustituirlos por otros nuevos. Para lograrlo, se propone el valor de la tolerancia; es decir, respetar las opiniones e ideas de los demás, aunque no coincidan con las propias. Sin embargo, esa narrativa es falsa, porque si se respetaran las ideas ajenas, entonces habría espacio para posturas intermedias, o incluso distintas. Pero al no admitir los tonos grises, se incurre en el mismo error que se quería erradicar: se imponen categorías que tienen que ser aceptadas públicamente, para no ser sancionados por el discurso políticamente correcto. Por consiguiente, no hay tal tolerancia y la narrativa es falaz.

Aristóteles formuló “el principio de no contradicción”, el cual propone que “es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido”. Por ejemplo, un objeto no puede tener forma circular y cuadrada al mismo tiempo. La lógica de los estereotipos es falaz porque rompe con este principio tan fundamental de no contradecirse a sí misma. Por ejemplo, un jefe amable no puede ser un caballero; sino que debe ser un acosador. Aunque amabilidad y caballerosidad no son contradictorias entre sí, la paranoia de los estereotipos hace pensar que lo son. Esa postura extrema se basa en que la cortesía y la amabilidad no pueden ser vistas como actitudes desinteresadas; sino que son sospechosas. Otra vez, se generan posiciones extremas, se polarizan a las personas, y se destruye cualquier espacio para el diálogo.

Ciertamente hay jefes que se comportan con elegancia para sacar provecho de mujeres en posiciones que dependen de su poder; no obstante, es erróneo emitir generalizaciones a partir casos específicos e incluso aislados, y mucho menos ubicarlos en categorías universales.

“Ciertamente hay jefes que se comportan con elegancia para sacar provecho de mujeres en posiciones que dependen de su poder; no obstante, es erróneo emitir generalizaciones (...)”.

Los eufemismos

Se atribuye a Arquímedes la célebre frase “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Hoy, lo mismo que en el siglo III antes de Cristo, este raciocinio sigue vigente.

La diferencia es que el soporte de la paranoia de los estereotipos es el lenguaje. Por ejemplo, según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra matrimonio designa la “unión de hombre y mujer”. La narrativa de los estereotipos inserta adjetivos que desvirtúan el significado original de las palabras, y en algunas legislaciones se designa como “matrimonio igualitario”, a la unión de personas del mismo sexo. Esta narrativa ha llegado a cobrar tanta fuerza que, por un lado, viola el principio de no contradicción; y por otro, es injustamente pendular, porque etiqueta a las personas que rechazan esas expresiones como homofóbicas, fanáticas y religiosas, entre otros. No cabe siquiera la posibilidad de pensar que alguien que se opone a usar la frase “matrimonio igualitario” es un noble defensor de la lengua, indistintamente de su credo.

La paranoia se apoya en el lenguaje para crear eufemismos y redefinir situaciones excepcionales como parte del hablar cotidiano, de lo políticamente correcto. Desafortunadamente, esta narrativa no solamente es contradictoria en los términos, sino también en las conductas: mientras reclama el derecho a expresar las ideas propias, no respeta que otros las expresen.

En consecuencia, la paranoia de los estereotipos se convierte en un nuevo totalitarismo, quizá más peligroso al que tanto criticaba, precisamente por su sutileza. Existen numerosos casos similares; por ejemplo, redefinir el aborto como “interrupción del embarazo”; o redefinir la guerra como una “operación militar especial”. A todo lo anterior hay que añadir los sesgos cognitivos, que se refieren a condiciones mentales que falsean el comportamiento.

Estudiados tanto por la Psicología como por la neurociencia, los sesgos son formas no razonadas de tomar decisiones, y que también influyen en las diversas actividades cotidianas. Son un efecto psicológico que afecta la percepción de la realidad, y pueden prevalecer de manera no consciente. Los hay de muchos tipos, e inciden tanto en los negocios (ej. sesgo de anclaje en las negociaciones), como en la vida personal (ej. sesgo del optimismo sobre las expectativas futuras).

La paranoia sobredimensiona los sesgos cognitivos: asume que la sistemática de información relacionada a los estereotipos siempre tiene interpretaciones equivocadas. Nuevamente, impone la lógica pendular de que las decisiones son incorrectas, sin dar cabida a puntos intermedios, generando así polarizaciones y confusión.

En resumen, la paranoia de los estereotipos está fundamentada en etiquetar a las personas, luego clasificarlas en categorías, y subsumirlas en una categoría mayor que describe a la sociedad e incluso la humanidad como un todo. Estos estereotipos se caracterizan por un movimiento pendular que fomenta una “lucha de clases” entre personas que podrían establecer relaciones cordiales e incluso ejemplares.

La narrativa de los estereotipos es confusa y equívoca, llena de eufemismos porque manipula el sentido de las palabras, e incurre en el mismo error que pretende erradicar, puesto que desea imponer estereotipos nuevos, que son los correctos, sin dar cabida a posturas intermedias o incluso novedosas.

Opinión

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2022-08-13T07:00:00.0000000Z

2022-08-13T07:00:00.0000000Z

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