La Nacion Costa Rica

LA HISTORIA DEL JOVEN QUE CONVIRTIÓ UN BUS EN SU HOGAR

GERARDO GONZÁLEZ gerardo.gonzalez@nacion.com

En un Blue Bird de 1999, Jeudy Estrada vive, cocina, se baña, duerme y puede

llevar hasta siete personas a pasear por todo Costa Rica.

casas móviles.

En su microcasa Jeudy ha invertido unos $20.000. El costo del bus con todos sus permisos correspondientes para poder circular significó la tercera parte de ese monto. Además, su hogar cuenta con paneles solares, lo que significa que la energía que se usa en la casa (para los electrodomésticos, por ejemplo) proviene del sol.

Jeudy vive en el bus hace ocho meses. Por lo general está estacionado en la propiedad en la que sus padres tienen su casa. Sin embargo, en el interior de este microhogar cuenta con todo lo que se necesita: ducha, inodoro, cocina, habitación, etcétera.

“Hay que mentalizarse en que esta no es una casa tradicional. Los espacios son muy reducidos. Uno no puede ser muy consumista. No tener tanta ropa innecesaria, pues los almacenamientos son menores que en una casa. Es bonito. Todo lo tengo cerca.

Tiene un área social; un área privada que es el cuarto con una cama queen, un closet y tele; tiene cocina de gas, refrigeradora, ducha e inodoro. En la ducha se puede lavar (aunque por lo general lava en casa de sus padres). Esto cambia el pensamiento de vivir tradicional y se compensa con que usted solo lo prende y se va a otro lugar”, detalla.

Como la tendencia de las microcasas apenas inicia en Costa Rica, Jeudy no tuvo ningún inconveniente para proceder con el acondicionamiento del bus. Él destaca de que se ahorró permisos de construcción e impuestos, pues su vivienda “no pasa como casa, sino como bus”.

--¿Y cómo es conducir una casa?

“Se puede manejar con licencia b1 que es la de automóvil. Uno cambia las placas a particular porque ya el vehículo no es de uso público ni de carga. Ya no pasa por esa parte de Cosevi que regula los pesos y dimensiones.

Tiene placa particular. El bus lo puedo manejar, tiene motor. Me apego a Riteve, no me paso de alturas ni de ancho establecido. Vivo a 45 minutos de la playa. Cuando me antojo prendo el bus y me voy a la playa. Me quedo tres días y regreso. No pago absolutamente nada de hospedaje y voy con la confianza de que estoy en mi propia casa”, detalla.

Para estar (y vivir) en el lugar que le plazca, Jeudy tiene en su casa un almacenamiento de 500 litros de agua potable, así como una bomba con tanque hidroneumático que le otorga una presión similar a la de estar en una vivienda regular.

“Para las aguas negras hay un tanque de 100 litros que almacena todo. Entonces se puede utilizar el inodoro muchas veces. Cuando regreso al lugar donde estoy usualmente estacionado, lo puede descargar. Si ando viajando mucho tiempo entonces utilizo pastillas que degradan toda la materia y se puede descargar en la naturaleza sin hacerle ningún daño”, explica.

CONSTRUIR EL SUEÑO

Para convertir el bus en casa Jeudy contó con el apoyo de

su padre, un experimentado operario de construcción, quien amalgamó conocimientos con las habilidades de su hijo.

En el proceso tardaron varios meses, pues se requieren técnicas distintas a las convencionales.

“El techo es curvo, no se usa ningún nivel todo se hace con líneas y medidas de referencia. Los materiales deben de ser flexibles por el movimiento del bus. Cuando está en carretera se comporta como una columna vertebral: la trompa puede girar hacia la derecha y la cola hacia la izquierda, si usamos materiales tradicionales como concreto, cerámica o yeso todos esos se van a quebrar fácilmente. Duramos seis meses por las características; este bus tiene muchas extras”, detalla.

Jeudy y su casa llaman la atención a donde quiera que van. Las personas se acercan, sobre todo cuando ven que el vehículo no cuenta con una puerta tradicional, sino con una de casa que usa llavín. Generalmente él permite que se acerquen y conozcan el interior de su hogar andante.

“Cuando lo parqueo las personas se acercan con curiosidad. Desde las ventanas se ve.

Mis amigos también piensan que estoy un poco loco, es inusual, pero tienen curiosidad de ver como vivo en el autobús”, dice Jeudy, quien tiene conocimiento de que hay un par de personas más en el país que cuentan con un bus convertido. Su plan es, cuando la pandemia lo permita, reunirse y pasear juntos.

En su bus, Jeudy puede vivir con alguien más: está pensado para una pareja, sin embargo, en un viaje pueden participar siete personas más. Él cuenta con sofás que se pueden hacer camas.

“Siete personas pueden viajar y dormir también.

Ya he ido a Guanacaste y a la zona de Dominical, entre otros lugares. He hecho viajes cortos, pero a futuro cuando todo se normalice, planeo un viaje por Costa Rica y luego me gustaría ir al extranjero”, menciona.

La casa de Jeudy paga marchamo y Riteve. Dice que vivir allí es muy seguro: si bien su hogar es un vehículo, él cuenta con extintores y detectores de humo para prevenir cualquier accidente.

Por la vida útil del automotor no se preocupa porque sabe que así como otros carros, su bus puede ser funcional aún con varias décadas de existencia. Él tiene previsto ir cambiando los repuestos que sean necesarios.

En esta microcasa con ruedas y motor todo está calculado y se conduce por buen camino.

Su corazón de madre le dijo que tenía que buscar un cambio, si es que no quería perderse el crecimiento de su único hijo. Entonces Marcela siguió sus instintos, buscó opciones y encontró en el café y sus congéneres la respuesta anhelada.

Gracias a la alianza con otras mujeres costarricenses, que producen en el país el famoso ‘grano de oro’, hoy Marcela tiene un producto que lleva el nombre de Costa Rica por todo el mundo:

Roblesabana.

Marcela Porras estudió publicidad y desde que se graduó tuvo la dicha de empezar a trabajar en un mundo que le apasionaba: la producción audiovisual. Eso sí, siempre sabía a qué hora entraba, pero nunca a qué hora volvería a casa para disfrutar de su pequeño y amado Pablo.

Cada mañana lo llevaba dormido hasta donde se lo cuidaban y cada noche cuando iba por él lo encontraba ya dormido. Un día dijo basta y ahí supo que debía buscar un nuevo trabajo, con un horario más manejable.

El destino la llevó hasta el Instituto del Café (Icafé) donde la contrataron como ejecutiva de promoción internacional. Fue ahí cuando descubrió todo un fascinante mundo de conocimientos y, lo más importante, tenía más tiempo para estar con su hijo.

Continuó absorbiendo información como una esponja y pronto se dio cuenta de que todo lo que pensaba que sabía sobre el café era nada, en comparación con todo lo que estaba descubriendo.

Como parte de su trabajo en Icafé, también ingresó en la Alianza de Mujeres en el Café y conoció de cerca a productoras costarricenses que cosechan el grano con calidad de exportación, el cual rara vez llega hasta la mesa de los ticos. Marcela, simplemente, no podía creer que eso sucediera.

“Fue ahí cuando tomé la decisión de empezar esta segunda etapa de mi vida en el café. Sacarme esa espinita de ver cómo hacía para que la gente de Costa Rica se diera cuenta de que existen estos maravillosos cafés de especialidad. Roblesabana fue la respuesta a eso. Es darle a la gente la oportunidad de que prueben esos cafés que no se quedan aquí, si no que se van, que sepan cómo sabe el café de verdad”, explicó Porras.

Así surgió la idea de crear una marca de café junto con su hermana, Adriana Porras, quien es abogada de profesión, madre de cuatro niños y residente en Estados Unidos. Entre las dos echaron a andar, en el 2015, un proyecto en pequeña escala con características muy singulares.

Desde el día número uno se fijaron dos objetivos para la marca Roblesabana: trabajar con mujeres costarricenses productoras de café y, además, que el producto que hicieran fuera café de ‘especialidad’, el cual debe tener características específicas para ser considerado como tal.

Un café de especialidad tiene tres características esenciales: catar más de 80 puntos en el protocolo de cafés de la Asociación de Cafés de Especialidad de California, Estados Unidos, que tenga

trazabilidad hasta la finca de origen y que sea tratado como un lote o microlote desde la finca pasando por el beneficiado hasta el tueste.

“La idea de Roblesabana es llevar ese café de especialidad hasta un producto terminado, es decir, hasta la bolsa que compra el cliente final. Este tipo de café es difícil de encontrar porque son de calidad más alta y por lo general se exportan en verde y no llegan a ser tostados”, destacó Marcela.

Asimismo, explicó que decidieron trabajar con mujeres para establecer relaciones más cooperativas e igualitarias en las que se vean beneficiadas ambas partes. En ese sentido, según Marcela, por lo general los hombres siempre tratan de sacar beneficio propio.

“Algo que rescato de trabajar con mujeres es que los negocios siempre se hacen de forma diferente, somos más transparentes, todo está sobre la mesa, no hay ese miedo de qué será lo que me quiere sacar. En cambio, los hombres siempre están en guerra para ver cuánto es lo que más que le puedo sacar. Nosotras buscamos una relación a largo plazo en la que las dos estemos contentas y sea sostenible en el tiempo”, afirmó la emprendedora.

ROMPER BARRERAS

Una de las mujeres con las que se aliaron fue Daniela Gutiérrez. Ella tiene 27 años, es ingeniera en producción industrial y trabaja en el Beneficio La Montaña, en Tarrazú, propiedad de su familia.

Daniela es hija de productores de café y siembra variedades como caturra, catauí, moka y geisha. Su padre se dedica a la actividad desde que tenía 12 años y su madre por ahí de los 17, cuando heredó la finca de su padre. El café es la pasión de ambos y se la heredaron a su hija.

Según cuenta Gutiérrez desde muy pequeña colaboró en la finca. Siempre lo hizo como un peón más, pero cuando se graduó su padre le dio más responsabilidades.

“Empecé a ayudar y me di cuenta de que me demandaba tiempo completo. Ahí fue donde mi papá me dijo que estaba muy cansado y había descuidado la finca por estar supervisando la producción. Hubo un momento en que mi papá quiso vender el beneficio, pero yo le decía que yo quería trabajar acá, siempre me gustó y me emocionaba y ahí me empecé a hacer cargo”, contó Daniela.

Sin embargo, no fue una transición sencilla, porque se topó con un mundo de hombres acostumbrados a negociar entre ellos.

“Llamaban los clientes y cuando yo respondía me decían que querían hablar con mi papá. Yo les decía que tenían que hablar conmigo, entonces llamaban a mi papá porque que querían tratar con él. Fue complicado e incluso me hizo sentir que tal vez yo no servía para esto”, recordó.

En la finca también encontró obstáculos por parte de los trabajadores, que no aceptaban que una mujer joven les diera órdenes.

“Cuando ya empecé a trabajar tiempo completo sí hubo alguna resistencia, incluso me decían: ‘usted no me va a mandar a mí, mi patrón es su papá’. Estaban acostumbrados a hacer las cosas como mi papá ordenaba, pero cuando vieron que iba en serio se tuvieron que adaptar. Fue complicado. El equipo ha ido cambiando, pero también ha ido evolucionando”, afirmó la ingeniera.

Para Daniela, quien vende café a varios proveedores, la colaboración con otras mujeres productoras es fundamental. Además del proyecto Roblesabana, ella ha participado en otras iniciativas comerciales con mujeres de Naranjo, Orosi y Carrizal.

“Podríamos vernos como competencia, pero nos vemos más como compañeras, porque el mundo del café es de verdad como una guerra. Entre todas nos apoyamos y todas hemos pasado por lo mismo, así que nos terminamos uniendo en proyectos”, confesó Daniela.

En el 2009 la actividad cafetalera de La Montaña se transformó, pues crearon su propio microbeneficio y empezaron a procesar su propia cosecha. Antes de eso, solo se encargaban de producirlo y ahí acababa el negocio.

Al tener su propio microbeneficio les facilitó la trazabilidad de origen del producto hasta la finca misma, lo cual redundó en una mejor cotización y una calidad sostenida.

“Las familias productoras de la zona (de Tarrazú) empezaron a incursionar porque se dieron cuenta de que si procesaban su café iba a ser muy diferente, ya que al entregarlo a otra compañía se hacía una mezcla y por más que fuera café de calidad se perdía en esencia”, destacó Gutiérrez.

Daniela participa de lleno en todo el proceso del grano en la finca, desde la recolección hasta el secado, y además tiene una preocupación especial por la sostenibilidad ambiental. Ella visualiza el negocio a futuro.

“A mí me gusta mucho lo que hago y quiero que se mantenga en el tiempo, que podamos crecer más y que siga en la familia”, acotó.

Un café de especialidad tiene tres características esenciales: catar más de 80 puntos en el protocolo de cafés de la Asociación de Cafés de Especialidad de California, Estados Unidos, que tenga trazabilidad hasta la finca de origen y que sea tratado como un lote o microlote desde la finca pasando por el beneficiado hasta el tueste.

MÁS SOCIAS

En su búsqueda de productoras de café, las hermanas Porras se encontraron con mujeres que siempre encuentran el lado positivo de las cosas y se enfrentan a cualquier adversidad. Francisca Cubillo es otra de estas damas que, con su trabajo como productora de café de especialidad, abastece del grano para ser procesado como parte de Roblesabana.

Ella produce un café orgánico desde la Finca Las Lajas, en Sabanilla de Alajuela, junto con su esposo, Óscar Chacón. En ese sentido, la pareja asegura que producen pensando en proteger al medio ambiente.

Francisco y Óscar empeza

Marcela Porras.

DE COSTA RICA PARA EL MUNDO

Desde el 2018, este café producido y comercializado por mujeres costarricenses rebasó nuestras fronteras, ya que puede adquirirse desde cualquier parte del mundo a través de la plataforma de Amazon.

“Por medio de Procomer, hemos hecho capacitaciones en ecommerce para convertirnos en proveedoras de Amazon. Desde entonces enviamos nuestro café a las bodegas en Estados Unidos y desde ahí se hace la venta al cliente final”, relató Marcela.

“La oportunidad de las plataformas digitales es que no importa el tamaño del negocio, se puede tener acceso a estar en una vitrina mundial, como Amazon. Es una de las grandes ventajas que da el estar en un país como Costa Rica, pues solo tener el apellido Costa Rica en el nombre del café ya es un plus para nosotras”, agregó.

Adriana, quien vive en

Texas por motivos del trabajo de su esposo, es la encargada de alimentar la página que tienen en Amazon. “Lograr ser un proveedor de Amazon no es fácil y mantenerse es aún más difícil. Hay que estar alimentando la tienda interna todos los días, estar al tanto como si tuviéramos una tienda física y estar controlando inventario, haciendo promociones, respondiendo a clientes y haciendo la parte logística para enviar y recibir”, comentó Marcela.

Por tratarse de cafés de especialidad, el hecho de estar presentes en una plataforma como Amazon no solo es beneficioso para las propietarias de la marca Roblesabana, si no también para las productoras locales, ya que el café puede ser trazado hasta la finca donde se produjo.

“Ellas (Marcela y Adriana) nos hacen publicidad en su empaque y ya mucha gente lo conoce. No fue un logro mío, pero lo siento como si fuera así, porque nuestro café ya está en Amazon”, destacó Daniela Gutiérrez, del Beneficio La Montaña, de Tarrazú.

Cada vez que esta joven ingeniera va al supermercado y ve su producto se llena de satisfacción. “Siempre lo acomodo en el estante para que se vea bien”, confiesa con una sonrisa.

De momento, la marca de café Roblesabana solo se puede adquirir en Auto Mercado, pero las hermanas Porras esperan llegar a otras cadenas de supermercados muy pronto.

“Logramos superar el período de prueba en medio de la pandemia, lo cual no fue nada sencillo. Esperamos tener más presencia en el mercado nacional”, afirmó Marcela.

“En retrospectiva, siento que fui bastante osada, porque yo soy el único ingreso de mi casa y tengo un hijo. Si bien el papá paga lo que le corresponde, yo soy la que mantengo mi casa y dejé mi trabajo estable para emprender”, recuerda con satisfacción.

El camino no ha sido nada sencillo, pero para Marcela Porras, como mujer, microempresaria y, en especial, como madre, las satisfacciones han sido muchísimas. Sin embargo, hay un momento que atesora con especial cariño: “Nunca se me olvida cuando mi hijo, una tarde llegó temprano a la casa y me dijo: ‘esto es lo mejor que me ha pasado, que estés aquí cuando yo llego de la escuela’”.

Greiby Alvarado Espinoza no camina, arrastra los pies. Las suelas de sus zapatos tipo crocs de hule se deslizan por el piso beige de su casa. Su cuerpo lo sostiene una andadera de aluminio que le prestó una vecina. Se apoya en sus manos y el dolor lo hace sudar. Su tez se vuelve más blanca. Pero no puede dejar de intentarlo.

Greiby, de 56 años, y sobreviviente del coronavirus, tenía unas tres semanas de estar postrado en una cama. Él usa la palabra tullido; con esa expresión identifica más la rigidez corporal con la que quedó luego de despertar de un coma inducido. Los médicos que le atendieron por mes y medio en el Centro Especializado de Atención de Pacientes con covid-19 (Ceao) lo bautizaron El Valiente.

Él recuerda ese amable sobrenombre. Lo tiene claro, pero a veces no lo cree: sus sentimientos más bien son otros. Está deprimido y no quisiera estarlo y por eso, aunque el dolor lo supere, él insiste en sentarse, ponerse de pie e intentar caminar.

Greiby despertó luego de estar intubado en la unidad de cuidados intensivos. Lo hizo en otra realidad, una distinta a la que conocía y en la que no puede trabajar porque su cuerpo está imposibilitado. Él no tiene respaldo económico, pues es trabajador independiente. Por eso, aunque duela, se obliga a caminar en momentos en los que debería de estar recibiendo las terapias que al salir del Ceaco le garantizaron le iban a dar, pero que luego, cuando se gestionaron fueron suspendidas porque no tiene seguro.

***

Greiby, mejor conocido como Greivin por sus allegados, fue uno de los miles de costarricenses a quienes la pandemia les golpeó el bolsillo. Este hombre de 56 años tiene vasta experiencia en la conducción de transporte pesado y ha trabajado como mecánico por más de cuatro décadas.

Ante la falta de trabajo, buscó una alternativa y manejó taxi por cinco meses del 2020. En agosto se terminó esta posibilidad y empezó a realizar servicios de mecánica

“Mi vida ha cambiado totalmente. Estoy postrado en una cama. No tengo músculos en las nalgas, entonces siento solo los huesos: no puedo estar sentado por el dolor tan intenso”

Greiby Alvarado Sobreviviente de covid-19

a domicilio. Él vela por su mamá, doña Lidia Alvarado Espinoza, de 81 años.

Así pasaron los meses, hasta que en marzo de este 2021 se contagió de coronavirus. No sabe cómo. Insiste en que siempre tuvo todos los cuidados. Pero pasó.

“El 14 de marzo empecé con síntomas de gripe y el 18 (un jueves) me dijeron que tenía coronavirus.

“Luego me atendieron por asma, el lunes (22) pasé con asma terrible y la madrugada del martes tuve que llamar a la Cruz Roja porque me estaba ahogando. Llegaron dos horas después porque estaban trabajando. Los muchachos fueron muy amables. Todos me atendieron, por Dios, qué gente más linda. Me atendieron como un rey”, cuenta Greiby con su voz todavía entrecortada por la falta de aire.

En ese amanecer todo estaba empeorando. Fue llevado al San Juan de Dios, allí trataron de estabilizarlo, posteriormente le trasladaron a la Unidad Covid del Hospital Nacional Psiquiátrico. Más tarde, una ambulancia con las sirenas encendidas se dirigía con toda su potencia hacia el Ceaco. Lo que narra Greiby está respaldado por su epicrisis.

“Llegué y le gritaba al doctor que me estaba ahogando. Me dijo que me callara para ayudarme, sino me calmaba no podía ayudarme (...). Luego me intubaron y estuve en cuidados intensivos en coma inducido”, cuenta.

De lo poco que rememora, pues asegura que muchos de sus recuerdos desaparecieron, Greiby dice que cuando abrió los ojos al salir del coma vio mucha sangre. También le contaron que sufrió un paro cardiorrespiratorio por 25 minutos.

“No me dolió nada. Lo único fue cuando me retiraron una sonda en el pene que tenía para poder orinar. Qué dolor más feo.

“Además, tenía dos catéter: uno en la pierna derecha y

otro en la vena del cuello del lado derecho, dos sondas en la nariz y el entubamiento por la boca. Cuando desperté fue que me pusieron El Valiente. Me dijeron que muy poca gente sobrevivía a lo que a mí me pasó. Cuando me despierto es en el salón de recuperación, en la cama 33. Me trato de ubicar. Me desperté desubicado. El coma provocó que cosas se me olvidaran. Tengo amigas del barrio resentidas porque no recordaba su nombre; también se me acortó la vista. No tenía fuerza ni en las piernas, ni en las manos, ni siquiera para darme vuelta en la cama”, cuenta Greiby, quien estuvo más de un mes internado. De ese tiempo 10 días fue paciente de la UCI.

“Por el coma inducido quedé atrofiado. Cuando me despierto tengo la oxigenación baja, entonces me colocaron una manguera en la boca para que estuviera bien. Conforme avanzaban los días me quitaban aparatos”, agrega. En el proceso él perdió 15 kilos y masa muscular. Describe que en la zona de sus glúteos sobresalen los huesos, por esto no soporta estar sentado mucho tiempo. Dice que se ha desvanecido del dolor.

REALIDAD DIFERENTE

Greiby siempre ha sido trabajador y activo. Despertar en un escenario tan distinto, en el que para levantarse de su cama debían alzarlo y para hacer sus necesidades fisiológicas ha tenido que usar pañales, fue devastador. Para ir al baño alguien debía cargarlo, sus piernas no le sostenían. Está vivo y no deja de agradecerlo, pero en medio de su gratitud está una realidad que, irónicamente, siente que lo ahoga.

“Mi aparato digestivo no trabaja al 100%. El páncreas no se ha despertado, me mandaron pastillas que regulan el azúcar mientras el páncreas no trabaja. Empecé con diarreas, se me quemó el recto y al defecar, que eran chorros de sangre, gritaba del dolor, a raíz de esto se me hicieron hemorroides”, narró Greiby el 5 de mayo. En una segunda conversación, el día 11, cuando se trasladaba poco a poco apoyado en una andadera, estaba contento porque “ya no estaba defecando sangre”.

En casa lo acompaña su mamá, doña Lidia. A ella también le falta el aire cuando habla con comedida voz.

Cuando Greiby se contagió ella también lo hizo. La adulta mayor pasó días de dolores de cuerpo intensos y de poca oxigenación, además de convivir con la incertidumbre al no saber qué pasaba con su hijo.

Ella, al igual que Greiby, es asmática, pero según los médicos, a la señora mucho le ayudó que cuando la covid-19 la atacó, ya tenía puesta la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.

La madre narra con terror todo lo que ha pasado en estos meses. Greiby interviene y dice que a su mamá en el centro médico le dijeron que su hijo volvía caminando y haciendo cosas por sí mismo; ella lo confirma. Sin embargo, cuando él llegó no se podía bajar de la ambulancia y los paramédicos usaron una gruesa sábana verde sobre la que lo acostaron y entre algunos vecinos le ayudaron a bajarlo.

Greiby recuerda la mirada de su mamá: ella estaba atónita y sus ojos lo decían. Llegaba su hijo pero parecía otra persona.

“Las manos no me dan, ni siquiera puedo acercarme la cuchara para comer. Trato de levantar los pies y si acaso logro 20 centímetros. No tengo fuerza. Dicen que fueron las secuelas del covid, por pasar en coma inducido el cerebro se desconecta del cuerpo y se afecta el sistema motoro. Salí con la lengua inflamada. Me siento muy deprimido. Pero le pongo ganas para que la depresión no me gane. Deseo ir a bañarme y orinar tranquilo.

Ha sido difícil porque necesito trabajar y no puedo y es que mi mamá depende de mí. Ella solamente tiene una pensión no contributiva”, comenta él, quien además de asmático es hipertenso y ex tabaquista.

La señora dice, mortificada, que lo que más le angustia es que se le acumulen los recibos de los servicios básicos. Por ahora, han logrado cubrir algunos gastos gracias a donaciones de vecinos y de ayudas de la iglesia a la que asistían antes de la enfermedad.

“Tengo muchos amigos que me han ayudado, pero estamos a lo que nos puedan regalar. Me preocupa que ya viene la luz, el agua, eso me da más tristeza”, dice Greiby.

SIN TERAPIAS

A Greiby le dijeron que le puede tomar entre tres y cuatro meses ir regresando a la funcionalidad de antes. Para lograrlo, al salir del hospital, le dieron citas para distintas terapias, así como recetas para tratamiento. Cuando su novia, Kattya Valverde, quien cuenta con experiencia en el cuido de adultos mayores, y ha asistido a su pareja en estos días, fue a realizar las gestiones, le dijeron que no podían programarlas porque él no cuenta con seguro médico.

Él asegura que cuando salió del Ceaco le dijeron que le otorgarían seguro por el Estado, sin embargo, al parecer no ocurrió. Él pidió dinero prestado para asegurarse voluntariamente y así cumplir con las terapias que requiere para su recuperación, no obstante, el trámite no se pudo realizar ya que a él se le hizo imposible asistir por su condición actual. Así consta en una carta que les brindaron en la plataforma de servicios de la dirección de inspección de la CCSS. En el documento le sugieren que “opte por otra modalidad de aseguramiento de acorde a sus necesidades actuales”.

“Salí con referencias de terapias para rehabilitar mi sistema motor y digestivo.

Hay terapia de respiración que tiene que ver con el sistema digestivo. En el Ceaco la doctora me dijo que tenía tres meses de seguro por el Estado. Me confié. Ahora dicen que no me van a ver porque no tengo seguro. Llamé a la clínica de Alajuelita para sacar cita y no aparezco con seguro”, detalla Greiby.

Luego de conocer el caso de Greiby y para efectos de este artículo se gestionó una consulta, a través de la oficina de prensa de la CCSS, para conocer si “la CCSS brinda algún respaldo a pacientes sobrevivientes de coronavirus que quedan con secuelas tras la enfermedad, pero que no cuentan con seguro (en este caso por ser trabajador independiente)”, sin embargo, al cierre de edición de este artículo, el miércoles 12 de mayo, no se había obtenido respuesta.

El día 10 comunicaron que ellos ya habían gestionado la consulta que se realizó el jueves 6.

“Necesito que me dejen al 100% para volver a trabajar y ayudar a mi mamá. Los compañeros camioneros me mandaron información de un trabajo con bomba estacionaria de concreto, pero en mi estado no puedo trabajar”, reitera.

MENSAJE CLARO

La vivencia de Greiby permitió que algunas amistades que dudaban del virus reconocieran que la covid-19 es una enfermedad que puede ser letal o dejar a los sobrevivientes con graves secuelas.

Tras lo vivido las últimas semanas, este hombre tiene un mensaje claro para la población.

“Dejen de andar diciendo que es solo una gripe o que es mentira. Soy el vivo ejemplo de que es una enfermedad peligrosa, que no es jugando. No hay cosa más horrible y fea que sentir que usted se ahoga, que usted trata de jalar aire y jalar aire y no hay. El coronavirus mata, pero aparte de que mata también destruye muchas cosas del cuerpo: lo atrofia, te toca la memoria, el sistema digestivo. El coronavirus es muy dañino”, asevera.

Si usted quiere brindar algún tipo de apoyo a este sobreviviente, cuyos médicos llamaron El Valiente, puede comunicarse a los números 2214-6120 y 8967-0237.

EN ESTA EDICIÓN

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2021-05-16T07:00:00.0000000Z

2021-05-16T07:00:00.0000000Z

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