La Nacion Costa Rica

NANA, ENAGUA Y GACILLA

La profunda sabiduría de Cecilia, una persona auténtica

--¿Qué habrá detrás de aquellos árboles, donde se esconde el sol? – le pregunté en la ocasión descrita--.

--Detrás de esos árboles se encuentra Europa –respondió, segura de sí misma--.

--Pero, dicen que Europa está muy lejos… --repliqué con inocencia infantil--.

--No, Europa está ahí no más; si pudiéramos subir al cucurucho de los árboles, la veríamos desde arriba.

--¿De verdad, Cecilia?

--De veras que sí.

Soy de memoria larga. Si de pronto intento precisar qué hice, digamos, el lunes pasado, dónde estuve, con quién y en qué actividad, capaz que no me acuerdo. En cambio, puedo recrear imágenes y reminiscencias que datan de hace muchísimos años.

Por ejemplo, me basta con cerrar los ojos y reeditar la imagen del niño que fui, gateando del pie de cuna a los ruedos del pantalón de mi papá, al regreso de su trabajo; también evoco con nitidez la mañana luminosa del primer día de escuela, en marzo de 1960, cuando la luz del sol acentuaba los variados matices del vestido floreado de mi maestra, la niña Jeannette, en el Edificio Metálico. Así también, la visión geográfica de nuestra humilde nana.

Cecilia era pobre de solemnidad. Vestía por lo general una blusa rosada y una enagua gris que debía ajustar a su cintura con una gacilla grande. Olía a agua y jabón recientes. Sincera y sabia, nunca terminó sus estudios de primeras letras.

Casi siempre era un viernes. Alrededor de las cinco de la tarde llegaba Cecilia a casa, gastaba un par de bromas con mi mamá, la imitaba al caminar y la piropeaba por tan linda y perfumada que se dirigía a encontrarse con mi padre a la salida de su trabajo en Estadística y Censos.

Apenas atisbábamos que mi mamá había tomado en la esquina el camión que bajaba de Calle Blancos hacia el centro de San José, Cecilia cerraba la puerta, se volvía a nosotros y exclamaba: “¡Ahora sí, joputas, a vacilar se ha dicho!”. Tendía una sábana en la que nos sentaba uno por uno. Tiraba la tela de un extremo, porque tenía mucha fuerza, pese a su aparente fragilidad, y así viajábamos del zaguán al comedor en itinerarios de ida y vuelta, a bordo de aquella alfombra de carrusel.

Después seguían otros

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2021-09-12T07:00:00.0000000Z

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