La Nacion Costa Rica

GRACIAS, SPIDERMAN

GUSTAVO ARIAS R. gtarias@gmail.com ILUSTRACIÓN: Luis Felipe Quesada

Mi ‘bully’ en la escuela se llamaba Richard. Todos los días me molestaba —entre otras cosas— por ser gordo, usar lentes y sacar buenas notas. Nunca tuve el valor de enfrentarlo, sin embargo, me reconfortaba ver que Spiderman también tenía sus temores, al final de

cuentas no podía ser tan malo ser inseguro si mi héroe lo era

Minutos antes de empezar a ver en el cine Eternals —una de las últimas películas de Marvel— mi pareja lo dijo como si fuera algo menor: “Me cae mal Spiderman”.

Yo sin entender y asumiendo las razones de tal nivel de radicalismo le pregunté: “¿El de Tobey Maguire?”, pero ella respondió muy segura “No, Spiderman en general, el personaje”. Quedé congelado.

Claramente no lo pude dejar ahí. Traté de explicarle, rápidamente, pero con lujo de detalles, por qué era tan importante Spiderman para nuestra generación, mientras recorría caminos propios de los extremistas de los cómics y películas de Peter Parker, cosa que vale aclarar no soy.

Después del cine, les tuve que preguntar por WhatsApp a varios amigos —entre broma y en serio— qué significaba Spiderman en sus vidas. Sí, así de mesiánica, inesperada y sin sentido fue la consulta.

Creo que, a esas alturas del asunto, ni buscaba que alguien contestara, sino que trataba simplemente de comprender por qué aquel personaje era tan importante para mí y por qué me afectaba —más de la cuenta— que mi pareja no lo apreciara.

Parte de la respuesta me la dio mi amigo Jose, con palabras tan acertadas que hasta las calificaría como sabias. “Es muy real cuando es Peter (no Spiderman) y eso lo hace muy cool. Cuando vi

Spider-Man: Into the Spider-Verse, lamentablemente, en lugar de identificarme con Miles Morales, me identifiqué muchísimo con el Peter Parker viejo, el panzón, y creo que es un guiño super bello a quienes veíamos Spiderman de chamacos y queríamos poder hacerle frente a los bullies, como hacía Peter adolescente, pero ahora somos grandes, tenemos otros conflictos, pero también los tiene Peter”.

Mi bully en mis primeros años de escuela —en los que veía religiosamente la serie animada de Spiderman— se llamaba Richard. Todos los días me molestaba —entre otras cosas— por ser gordo, usar lentes, sacar buenas notas y “hablar como mujer”.

Recuerdo que nunca tuve el valor de enfrentarlo, le tenía demasiado miedo y Richard era experto en atacar mis inseguridades. Sin embargo, de alguna forma me reconfortaba ver que Spiderman también tenía sus temores, al final de cuentas no podía ser tan malo ser inseguro si mi héroe lo era.

Recuerdo también que muchas veces, por culpa de las burlas de Richard, me escondía en el patio de la casa de mi abuela (la veía como mi propia tía May) para llorar. Mi mente de niño no podía procesarlo como lo hago hoy, pero sabía muy dentro de mí que no estaba mal sentarme ahí a botar lágrimas.

Al final de cuentas había visto varias veces a Spiderman hacerlo cuando estaba triste o frustrado, incluso creo que al día de hoy debe ser el súperhéroe que más he visto llorar en una pantalla.

Con el paso de los años le perdí el rastro a Richard. Nunca me pidió perdón, nunca lo perdoné. Algunas de las inseguridades por las que me molestaba en la escuela se fueron, otras se quedaron y aparecieron muchas nuevas en el camino.

Hoy tengo días en que siento que soy como Spiderman: me pongo la máscara, tomo valor y logro cosas que nunca pensé posibles; otros en que soy como Peter Parker: vagando lleno de miedos por la vida, sin tener idea de qué estoy haciendo. En el fondo sé que ambas versiones están bien.

Desde muy pequeño tuve claro que nunca podría ser como Batman o Iron Man, mucho menos Superman ¿Cómo hacerlo si ni siquiera podía enfrentar a Richard? ¿Cómo si era el chiquillo que se escondía a llorar donde la abuela? Sin embargo, siempre tuve cierta esperanza de que algún día, aunque fuera lejano, podría llegar a ser Spiderman.

Después de todo Richard ya me recordaba, todos los días, que yo era un legítimo Peter Parker.

Gracias por tanto, amigo arácnido.

El optimismo de Paula Umaña Hidalgo no suena racional. Hace siete años la vida le cambió de una forma cruel y dolorosa, pues se vio postrada en una cama sin explicación. Sus brazos y piernas perdían fuerza y, de un momento a otro, estaba inmóvil, aterrada.

Paula recién daba a luz a Charles, el quinto hijo de su matrimonio con Serge Sautre. Mientras los médicos buscaban explicación a su cuadriplejia, en casa la esperaban su recién nacido, además de sus hijas Marie, Clara, Felicitée y Ana Cecilia. Décadas atrás había sido una de las mejores tenistas de Costa Rica, pero en el 2014 y en años siguientes, la ágil mujer perdía cada día sus capacidades físicas.

Fue mucho dolor, sobre todo emocional, por el que transitó esta costarricense radicada en Atlanta, Estados Unidos. Actualmente, gracias a unos aparatos y después de creer que no había nada más por hacer, Paula puede caminar, aún con sus manos atrofiadas consigue conducir un vehículo adaptado. Su mente, voluntad y ganas de ayudar a otras no le permiten quejarse: se siente capaz de lograr todo lo que se propone.

Hoy quiere compartir esperanza y ánimo con personas enfermas y sus familias. Lo hace hablando de su testimonio y el de otras 26 personas en su libro 40 regalos de esperanza, ejemplar que describe cómo se pasa por el dolor. Especialmente, la obra está dirigida para quienes actualmente lo sufren.

¿Por qué esto? Porque Paula sabe lo que es estar sin movimiento en una cama y recibir muchas palabras de aliento, pero luego ver a las mismas personas que se las decían irse cuando ella no podía levantarse. Allí nació

Fue atacada por una enfermedad que la dejó parapléjica. Contradiciendo todos los pronósticos volvió a caminar y, tras una intensa lucha, lanzó un libro de testimonios con el que busca reconfortar a personas que

pasan por enfermedad y sufrimiento

todo.

En resumen, Paula Umaña encontró en una prueba extrema las fuerzas y el ánimo para motivar a los demás. Esta es la historia de cómo derrotó lo que parecía invencible.

INVENCIBLE

Hace más de dos décadas Paula Umaña Hidalgo acumulaba, año tras año, el título de la mejor tenista de Costa Rica y Centroamérica. En repetidas ocasiones fue la número uno y cuando no era así, su nombre figuraba dentro del top 5 de las más destacadas.

A través de un proyecto relacionado con su profesión fue que conoció a Serge, un francés con quien se casó y formó una familia en Atlanta, Georgia, Estados Unidos. Mudarse a otro país no fue cosa difícil sabiendo que en el mismo estado vivía su hermana Glenda Umaña, la internacionalmente conocida periodista costarricense.

En Estados Unidos nacieron los cinco hijos de Paula y Charles: Marie (18 años), Clara (17), Felicitée (12), Ana Cecilia (11) y Charles Sautre (6).

Fue durante su último embarazo que todo empezó a cambiar para Paula, mujer quien ora antes de dar su testimonio para sus palabras impacten la vida de quien lo necesite. Desde hace siete años, con la prueba, también llegó la misión.

“Todo empezó en el año 2014 estando embarazada de Charles. Empecé a sentir adormecimiento en las manos, pensaba que era parte del embarazo, por todo el tema de la circulación. Los primeros síntomas aparecieron durante un picnic: fui por una botella de vino al carro y se me cayó, no la pude sostener”, recuerda.

Antes de continuar hablando de la extraña enfermedad que la aquejó, Paula viaja al pasado para que sea posible entender el presente.

“Desde antes de casarme

jugaba tenis profesional. Fui la número 1 de Costa Rica y Centroamérica. Siempre fui súpercompetitiva, súperactiva. Alcancé el mejor ranking internacional con la posición 281 del mundo en dobles. Me encantaba bailar. Vivía de mis piernas”, rememora.

Luego de casarse, Paula puso su propia compañía de tenis en Atlanta. Tenía mucho trabajo y siempre se mantenía realizando actividades junto a sus hijos. Cuando se embarazó de su último hijo tenía un programa de tenis con más de 80 niños y niñas, todo seguía con normalidad. Los síntomas que parecían ajenos a sus gestaciones anteriores no la preocupaban demasiado.

Llegó el momento del parto, Paula quería que de ser posible todo fuera natural, pues cuando le realizaron cesáreas la recuperación había sido complicada. La incansable mujer quería recuperarse pronto para volver a su vida feliz y ajetreada de siempre.

“Al final terminé en cesárea. Pienso que mi enfermedad venía activada desde el embarazo. Cuando nació el bebé me empecé a sentir súperdébil, me preguntaba por qué me costaba tanto caminar, empecé con adormecimiento en piernas, no las sentía.

“El doctor me mandó al neurólogo y dijo que probablemente tenía el Síndrome de Guillain-Barré, que seguro iba a quedar con discapacidad. No lo creía. Me puse peor”, recuerda.

Entonces, Paula empezó un tratamiento para su supuesta condición y tras cuatro días no hubo mejora. Ella estaba más débil. Su bebé nació en diciembre del 2014 y para febrero del 2015 la mujer ni siquiera lograba subir gradas. Sentía que tenía un monstruo en el cuerpo.

“Tenía al lado un excusado movible. Un día caí al piso y no sentí las piernas. Eran como espaguetis. No me pude levantar. Me volvieron a llevar al hospital. Me hicieron plasmaféresis, me limpiaron la sangre y me la volvieron a poner a ver si mi sistema inmunológico dejaba de atacarme”.

NINGUNA SOLUCIÓN

El terror que vivía Paula era proporcional al que experimentaba la familia. Su hermana Glenda le empezó a hablar de Shepherd Center, un hospital especializado en atender a personas que, tras diferentes eventos -principalmente accidentes- quedan paralizadas. Allí cada paciente recibe preparación para regresar a la vida con una discapacidad.

Paula logró ingresar al lugar y allí sus compañeros de habitación eran una joven que cayó desde un cuarto piso, un adolescente que se estrelló en moto y un abogado que quedó con sus piernas paralizadas luego de caerse de un caballo. Ella no tenía explicación para su parálisis.

“Mi diagnóstico era confuso. En la casa mis hijos

los Ángeles). Hubo una peregrinación enorme en Costa Rica por mí. Todo mundo rezando desesperados. Empezamos con las inmunoglobulinas. Cada botella costaba $10.000 y me ponía nueve cada tres semanas. Por mi seguro me costaba mucho menos. Si eran $100.000 me cobraban $1.000”, rememora.

La historia de Paula alcanzó a sus vecinos y a muchos costarricenses. Llegaban donaciones incluso de las personas que a ella “le caían mal”. Prometió no volver a hablar de nadie, cuenta entre risas discretas.

En medio de su proceso recibió a la Madrea Andrea, una monja costarricense a quien describe como una persona “muy cool”. Ese día le entregó todo a Dios.

Mientras todo pasaba, recuerda, la mirada paciente de su esposo le daba tranquilidad. Él siempre le hizo creer que todo iba a estar bien. Intentaba todo junto a ella. El tratamiento empezó a hacer efecto y al día siguiente se pudo sentar. Cada mes veía mejoras. Lo sentía milagroso.

Pero tras dos años de tratamiento el cuerpo dejó de reaccionar.

“Hasta la fecha quedé con las manos un poco atrofiadas pero funcionales. De la rodilla para abajo tengo paralizado completamente. No puedo mover los dedos ni los tobillos. No podía caminar sin andadera. Cada paso era demasiado difícil, entonces era estar en silla de ruedas. No podía tener independencia de llevar platos a la pila ni de caminar de la mano de mi hijo.

“Todo eso quedó así. Me fui a un centro de excelencia muscular en Tennessee y dijeron que no tenían nada para mí. Quedé ahí y empezaron a pasar meses, años. Estuve tres años sin caminar (al 2018). Usaba un tipo de plástico en las piernas y la andadera. No podía estar de pie ni sostener nada”. oraciones y el amor de las personas, mas su conciencia le decía que no había mucho por hacer. Un día, acostumbrada a su nuevo vivir, le pidió a su esposo que se detuviera en un supermercado. En ese momento su hija mayor estaba en España y rezaba por su mamá ante la Virgen de Fátima.

En el supermercado Paula encontró esperanza. Ella estaba de pie gracias a una andadera y a unos rígidos plásticos que afianzaban sus piernas inertes. Mientras la mujer trataba de obviar un comentario de un joven con una discapacidad cognitiva, que preguntaba qué le había pasado, al otro extremo estaba una chica que con cada palabra le hacía sentir fe en lo “imposible”.

“Ella me dijo: ‘vieras que yo era como usted. Ahora uso estos aparatos’. Ella no caminó por 12 años. No tiene pies. Ella se sentó y se quitó todo y me enseñó los dispositivos que usa. Ella se perdió en invierno por tres días y le tuvieron que cortar los pies”, recuerda.

La chica del supermercado había encontrado por Instagram a un joven que ideó dispositivos especiales, los cuales cumplen la función de las piernas. Ella le recomendó a Paula contactar a esa persona.

“Es un aparato que se pone y se quita. Llegué a la casa a investigar, empezamos a ver qué era. Había que aplicar y enviar videos para ver si el caso calificaba. Un día vi el correo de la clínica y decía que era candidata para estos dispositivos. Entonces imagínate la ilusión. Pude llorar por primera vez. Antes no lloraba porque para qué iba a llorar si no iba a poder caminar. Cuando abrí ese correo eran gemidos los que salían de mi corazón”, recuerda.

En setiembre del 2018 viajó a Seattle. Tenía tres años de no poder caminar. Ella describe a Ryan, el joven creador, como un genio. Él adaptó los dispositivos para que Paula pudiera caminar de nuevo.

Desde hace tres años camina gracias a esos dispositivos. Y no solo consiguió esto.

En medio de los momentos más complicados de su enfermedad, Paula se convirtió en una motivadora y conferencista. No hablaba precisamente del dolor, sino de “las cosas lindas” que le pasaron en tiempos de sufrimiento. Ha estado en grandes escenarios y quiere continuar haciéndolo.

“Es un privilegio usar cosas feas y malas que me pasaron para cosas buenas. Me gusta llevar esperanza, contar mi historia e inspirar a otros. (...). Esto es precioso. Estoy súpercontenta”, asegura.

Paula vive una vida plena, diferente a la de antes. Ahora pasa sus días con la paraplejia pero camina gracias a los dispositivos. Lo hace con libertad. Recuperó su andar y también su trabajo. Tiene una escuela de tenis e imparte diferentes programas en cinco centros educativos.

Con su libro 40 regalos de esperanza -disponible en español e inglés-, Paula quiere dar a sus semejantes un apoyo, uno que ella no tuvo al alcance en sus peores días.

“Cuando estaba en el hospital, completamente paralizada, empezaron a llegar a mi habitación visitas, consejeros, psiquiatras, psicólogos, pero cuando se iban salían caminando y yo quedaba paralizada en una cama. Ahí recuerdo el día en el que me inspiré y dije que quería que me hablara el parapléjico, el que sufre, el que está mal. Necesitaba que me hablaran ellos a mi corazón y que me digan que hacer con todo este dolor, frustración, sufrimiento, cómo se comunica uno con los familiares del que sufre, como se hace en una dificultad...”.

40 regalos de esperanza presenta relatos que pueden leerse en tres minutos: 14 son de ella y los 26 restantes de personas a quienes entrevistó.

“Cada relato tiene un ejercicio, una oración que la persona que sufre o sus familiares lo pueden utilizar para llevar su sufrimiento, frustración, dolor. Está lleno de frases preciosas. De versículos. Cada palabra que lees es para inspirarte. Para motivarte. Pero sobre todo para ayudar al enfermo y a quien sufre para manejar lo que siente”, dice Paula, una mujer que quiere seguir ganando en la vida.

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2021-11-28T08:00:00.0000000Z

2021-11-28T08:00:00.0000000Z

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