La Nacion Costa Rica

ÁNCORA

SUPLEMENTO DE CULTURA

Editor Víctor Fernández G.

vfernandez@nacion.com

humana.

La aparición de un tercer personaje media entre los puntos de vista de Tongolele y de Dolores Morales; este tercer personaje se llama Leónidas, fue revolucionario a finales de los años setenta, después fue “contra”, se le recuerda por su afán de figurar, por quitarse el pasamontañas o la pañoleta para salir en la foto a cara descubierta después de la liberación de unos presos políticos. Él es un mercenario, no tiene más patria que el oro y siempre está dispuesto a servir cuando la paga es buena. A él le encargan el trabajo sucio.

Tongolele ya sin poder va a convertirse en subordinado de Leónidas en una misión que no está muy clara, una misión que tiene como base el Estadio Nacional, una misión que Leónidas comanda ataviado con pantalón de guerrillero y camisa de beisbolista. Su discurso ahora es, en parte, el de los combatientes históricos que defienden su revolución. Él se vanagloria de su conocimiento militar, de sus hazañas del pasado, además cuadricula el mapa de Managua para repartir las principales zonas de la ciudad de forma estratégica entre sus lugartenientes, habla de la burguesía como clase enemiga, reparte información compartimentada y manda a matar.

Gracias al punto de vista del inspector Dolores Morales y de su grupo, nos damos cuenta de quiénes son las víctimas de Leónidas y de su tropa de sicarios, descubrimos entonces que las víctimas son muchachos y muchachas, estudiantes y ciudadanos que han salido a manifestarse en la llamada “Madre de todas las marchas”, gente desarmada que expresa su disconformidad política, gente común y corriente que siente en su cuerpo los ataques de unas fieras envenenadas de odio, seres entrenados para asesinar movidos por apetitos brutales y en nombre de ideas que los estimulan y los gobiernan.

Aquí es donde aparece el infierno, la sangre sobre Managua: muchachas violadas, muchachos liquidados en un combate desigual y perverso, la pesadilla de la cárcel, impotencia y sufrimiento que se nos muestran crudos en una novela que más que policíaca es política, una novela sobre el poder de una dictadura que sabe administrar la muerte desde las sombras, envuelta en una ideología delirante.

Sergio Ramírez es un novelista de mucho oficio, con Tongolele no sabía bailar se puso por delante un reto difícil de alcanzar, contar desde una aparente neutralidad acontecimientos indignantes y estremecedores, contar sin despeinarse la peor cara del poder, la cara abusiva, cínica y desalmada. En ese afán él nos deja ver un panorama político escalofriante, así como un profundo amor por su país.

La novela como género literario miente la vida, a veces se alimenta de la psicología de los autores, a veces se alimenta un poco más de la vida social de un lugar; en ambos casos y también en otros todo lo que se cuenta está mediado por una subjetividad que ordena el relato, que le da dirección y que carga de afectos una historia inventada, una historia hecha de palabras que, sin ninguna duda, tiene efectos en la vida de los lectores, tanto en quienes leemos para comprender y disfrutar, como en aquellos otros que leen para censurar, vigilar y castigar.

Es inevitable que la cercanía que tienen en el tiempo la publicación de Tongolele no sabía bailar y algunos acontecimientos recientes de la historia de Nicaragua, provoque que caigamos en la tentación de leer como crónica un libro que es una novela tejida con la habilidad que dan los años de un trabajo literario serio y decidido. Con este libro Sergio Ramírez quiso meter las manos en el fuego y no quemarse, quiso contar el infierno y mantener la calma; al intentarlo nos dejó en herencia una novela política de la Nicaragua contemporánea y valiosísimas enseñanzas sobre la escritura de ficciones, ese oficio que García Márquez bautizó como el más solitario del mundo. Ambas cosas se agradecen.

EN ESTA EDICIÓN

es-cr

2022-01-16T08:00:00.0000000Z

2022-01-16T08:00:00.0000000Z

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