La Nacion Costa Rica

PINTO, HUEVO, SALCHICHÓN Y AMOR

En Alajuela, un par de amigos inició en plena pandemia el proyecto Arroz con Mango. Su misión: brindar, una vez a la semana, un desayuno de campeones a cualquier persona con hambre

KIMBERLY HERRERA kimberly.herrera@nacion.com

Café, refrescos y vasos: listos. Gallo pinto con huevo y salchichón: listo. Guantes, alcohol y mascarillas: listos.

Ahora sí. Con las provisiones bien acomodadas en la cajuela del carro, es hora de salir.

Son las 8 a. m. de un jueves de agosto en el Parque Palmares, en el centro de Alajuela. No hace frío, pero se percibe una suave brisa mañanera, la típica de las primeras horas del día.

La mayoría de negocios alrededor todavía están cerrados y los transeúntes escasean. Sin embargo, un tumulto de gente detrás de un rótulo en el que se lee “ZONA DE ESTACIONAMIENTO CON BOLETA” sobresale en el parque. En realidad es una larga fila india de unas 20 o 25 personas, quienes están perfectamente acomodadas una detrás de otra y esperan pacientemente de pie. Unos hablan entre ellos, otros solamente observan con atención, como buscando a alguien.

En ese momento, tres carros se estacionan y en la fila reaccionan con algarabía. Hay sonrisas, muchos se frotan las manos y los ojos se iluminan: saben que lo que tanto esperaron desde hace días finalmente llegó.

Los carros vienen cargados de café recién chorreado, además de 100 recipientes con gallo pinto, huevo y salchichón. También hay galletas y refrescos.

El primero en bajarse es un hombre, quien lleva puesta una camiseta roja con un logo que dice “Arroz con mango”. Se trata de Ciro Campos, un alajuelense de 62 años que camina con cierta rapidez hasta donde se encuentra la gente y comienza a saludarles.

Las personas parecen conocerlo, le hablan con confianza y hasta le hacen bromas; y es que basta con estar frente a esa escena para entender que él no es un simple extraño, sino la persona que habían estado esperando desde antes de las 7 a. m., quien llega a entregarles cada jueves su desayuno.

“Ya casi empezamos”, les dice, mientras hombres y mujeres lo saludan.

Frente a la fila hay unas seis personas con una camisa roja, similar a la de don Ciro, quienes rápidamente arman una mesa blanca, se colocan los guantes y acomodan la comida.

Del otro lado de la calle del parque, justo en frente de la fila, están Miyagui y Chayanne. Ambos esperan la comida mientras hacen reír a la gente con sus ocurrencias.

A Miyagui le dicen así por su innegable parecido con el Señor Miyagi, de Karate Kid. Sin embargo, lo suyo es la mú

sica. Su nombre es William Salazar y detalla que fue cantante de agrupaciones como Manantial y Vía Libre.

Salazar no ha terminado de presentarse cuando ya está cantando con su potente voz Cartas amarillas, de Nino Bravo. En el coro se le une Chayanne, cuyo nombre real es José Manuel Vásquez y cuyo sobrenombre viene precisamente por la forma en que canta.

Aunque muestra su buena actitud, y sonríe, vacila y canta, Vásquez afirma que la vida en la calle es dura, más aún cuando se trata de conseguir un baño.

“Uno puede orinar ahí en cualquier lado, pero para defecar y bañarse no tenemos un lugar para ir”, explica.

AL HAMBRIENTO

Ciro Campos y Eduardo Zumbado son dos viejos amigos que se reencontraron en el 2020, tras mucho tiempo sin saber uno del otro. En ese momento Eduardo le dijo a Ciro que sentía la necesidad de unirse a un grupo de bien social y ayudar a otras personas.

Ante el interés de Eduardo, Ciro lo invitó a un grupo llamado VIP, en Heredia, al que él asistía y que entregaba comida en el conocido “Parque de las Embarazadas” (Parque Alfredo González Flores), en la ciudad florense.

Sin embargo, meses más tarde llegó la pandemia.

“Cuando llegó la pandemia y no había ni un alma en la calle, yo le dije a Ciro que qué hacíamos y él me dijo que no sabía. Entonces le dije que yo conseguía el arroz y los frijoles y que a él le tocaba cocinarlo. Y así empezamos”, recuerda Zumbado.

Ciro le preguntó a su esposa Mayra Alfaro, y a sus hijas Melissa y Rigel qué les parecía la idea y de inmediato obtuvo su aprobación. De hecho, sus hijas eran las que repartían en un inicio los desayunos, junto a los dos amigos.

“Empezamos con las uñas, en la casa y en media pandemia. Comenzamos con un cartón de huevos, un kilo de arroz y uno de frijoles, que alcanzaba como para 25 o 30 personas. La gente no nos conocía,

entonces teníamos que ir a buscarlos y les decíamos que pasábamos los jueves”, relata Campos.

Desde entonces, el proyecto ha crecido. Ahora tienen 60 voluntarios, alquilan una casa para cocinar y varias empresas les donan desde el sirope para los frescos hasta el salchichón y la natilla para el pinto.

Decidieron que llamarían al proyecto Arroz con Mango y su interés era darle comida a cualquier persona que tuviera hambre, independientemente de su ocupación o realidad.

“Nosotros no solo le damos de comer a la gente de la calle, sino que también le damos comida a todo el que tiene hambre, sin ninguna condición. Es decir, si llegó

bien vestido y nos dice: ‘tengo hambre’, nosotros les damos el desayuno. O si alguno llega tomado o fumándose un puro, de todas formas le damos la comida, porque no tenemos por qué juzgarlos”, afirma don Ciro.

Actualmente están entregando desayunos para 100 personas. Sin embargo, Eduardo cuenta que una vez

entregaron hasta 130 comidas. En total, para poder cumplir con esta cantidad que se propusieron necesitan cinco kilos de frijoles y siete kilos de arroz. Además, cuatro kilos de salchichón, cuatro cartones de huevos y un galón de sirope.

“El día en que cocinamos es de mucha locura, porque tenemos que hacer mucha cosas. La tradición y creo que el secreto del gallo pinto es que el arroz y los frijoles deben estar añejos del día anterior, entonces comenzamos la preparación el miércoles a partir de las 5 p. m.”, narra don Ciro.

Este es un proyecto que llena el corazón de Ciro y Eduardo, pues ver a las personas sentadas comiendo a la orilla de la acera y que les agradezcan por ello es la satisfacción más grande.

Además, a lo largo de estos 25 meses han entablado una relación que describen como muy bonita y de mucho respeto. Por ello, la gente ya los conoce y vacila con ellos.

“Ha sido muy bonito, hemos ido aprendiendo cosas muy interesantes. La relación que tenemos es de confianza, porque ahora ellos nos cuentan lo que les pasa, es decir que nos hemos ganado esa confianza de ellos”, añade Campos.

Eso sí, siempre están atentos, porque no falta uno que otro “mañoso” que llega a un parque y luego se cambia la camisa para pedir otro desayuno.

UN DESEO

Al fondo del parque, recostado sobre un árbol, con dos bolsas negras de basura al lado, don Carlos Solís solamente observa la escena. Él también está allí esperando el

desayuno, pero no hace fila.

Don Ciro se acerca a saludarlo con gran calidez. Ambos se conocen desde que eran niños e iban juntos a la escuela.

“Por él hago esto. Es difícil, él ha sido mi compañero y mi amigo y cuesta mucho...”, afirma don Ciro.

Charlie, como le conocen, tiene más de 40 años de ser un habitante de la calle. Nunca ha tenido problemas con las autoridades, ni tampoco ha ido a la cárcel. Resalta ambos detalles y asegura que “tal vez eso no tiene mucho valor para nadie, pero significa mucho para uno. Tiene un valor increíble”.

En su juventud, don Carlos cuenta que fue jugador de fútbol en equipos como la Liga Deportiva Alajuelense (LDA) y el Carmen, sin embargo, recuerda que probó algo que no debía probar. Ahora, recoge chatarra para poder ganarse un poco de dinero.

“La chatarra es la opción más factible para ganarme la plata. Y ahí voy, recogiendo por un lado y por otro, porque a mí no me gusta molestar a la gente. Igual en algún momento he tenido que pedirles comida pero dinero no. No sé si es que uno es orgulloso o me acostumbraron a ganarme la plata, porque es que yo tuve una buena educación, que me desvié es otra cosa pero no fue culpa de mis padres, fue una decisión propia de probar algo que no tenía que probar y que me gustó. Y yo no sé por qué mi cuerpo aceptó eso. Yo ahora deseara, con la experiencia que tengo, volver a la juventud y decir: ‘nombre, yo no pruebo nada’”, confiesa Charlie, mientras se asoman algunas lágrimas.

Luego de tantas décadas de vivir en la calle y lidiar con su drogadicción, a don Carlos le gustaría hacer un cambio, no obstante, luego piensa que no sabe cómo lograría mantenerse sobrio, pues no tiene un lugar donde pueda ir.

“Uno en la calle solo no puede. Tratar uno de cambiar y luego salir para ir a dormir a un charral como que es lo mismo. Yo quisiera un cambio total. Yo entiendo y comprendo que el cambio es interno pero todo el resto es importante para el cambio. Por ejemplo, la ropa y todo lo físico.

“Y le puedo decir que con el deseo que yo tengo (de cambiar), yo me podría quedar más de una semana en un centro de rehabilitación; pero yo necesito, tal vez, estar en un centro y poder salir y saber que voy a tener una opción de un cuarto. Uno sabe hacer muchas cosas y puede ganarse algo de plata. Ahora yo me la gano con chatarra pero es para mal, no para pagar un cuarto y comer.

“No creo que nadie dure nada restaurado si tiene que vivir en la calle... cuesta mucho. Usted se va a levantar

y dice: ‘¿adónde voy a ir?’, ‘¿qué voy a comer?’. Yo no tengo ese apoyo de alguien que me diga: ‘vamos, levantémonos’. Yo siempre le doy gracias al Señor, pero no basta con el deseo interno de uno”, explica.

Cuando comienzan a repartir los desayunos, don Ciro corre para poder llevarle uno a su amigo, pues sabe que tiene horas sin comer.

“Ese desayuno rinde bastante... aunque uno deseara como dos o tres”, dice entre risas Charlie, mientras confiesa que “uno amanece con un hambre increíble”.

“Las mañanas son las más fuertes para uno en cuanto a la comida, son muchas horas de no comer. A veces son días sin comer. Tal vez se come uno algo de un basurero o una fruta, siempre hay alguien que le regala a uno algo”, asegura.

Al cabo de 10 minutos y como por arte de magia la fila ha desaparecido. Ahora, todas esas personas están sentadas en orden, una a la par de la otra al lado de la acera. Mientras tanto, Gustavo Gazo se coloca guantes, saca una bolsa de basura negra y empieza a recoger los desechos.

Él no es parte de la organización, pero sí tiene un rol fundamental dentro de ella, pues es el encargado de recoger la basura y, a cambio, recibe dos desayunos completos.

Con la misión terminada en el Parque Palmares, los productos y la mesa se vuelven a acomodar rápidamente en las cajuelas de los carros. Los voluntarios se despiden entre múltiples “gracias” y bendiciones.

SEGUNDA PARADA

La mañana no ha terminado. A un costado del Parque General Tomás Guardia hay otra fila india. Es una con menos personas, pero todas esperan con las mismas ansias el desayuno.

Al igual que en la primera parada, la emoción se desborda entre la gente cuando ven llegar a don Ciro y compañía. Él amablemente saluda a quienes están esperando y les dice que ya van a comenzar a repartir la comida. Mientras tanto, quienes están en la fila le piden alcohol para desinfectarse las manos.

Uno de ellos es José Bogantes, de 27 años, quien tras caer en las drogas, no ha podido recuperarse y actualmente es un habitante de la calle.

El muchacho revela que ya

son cuatro años de esta realidad en la que tiene que buscar qué comer y dónde dormir. Confiesa que ha intentado rehabilitarse, pero no como debería.

“Estoy a tiempo para salir y volver a rehacer mi vida. Quién no desearía recuperar la vida que uno tenía antes, más yo, que por caballo no me he ido para allá (a su casa).

“Legalmente yo me arrepiento de mis decisiones. He ido a rehabilitación varias veces, de hecho, hace unos días fui a San José a un hogar y cuando llegué me pidieron la hoja del IAFA, entonces me devolví y le dije a la muchacha: ‘si están dispuestos a ayudarle a uno a cambiar, a ser una personas de bien, ¿por qué le ponen a uno tantos peros?’, y diay se quedaron callados y me tuve que devolver... pero yo iba decidido, había agarrado la voluntad”, asegura.

De hecho cuenta que hace unas semanas duró “13 días sin fumar”, pero luego volvió a recaer.

Sentado a la orilla de la acera, saborea su desayuno pues dice que como habitantes de la calle suelen pasar hambre. Llegó antes de las

7 a. m. a hacer fila y por eso estaba entre los primeros.

En esta ocasión, don Ciro y sus amigos corrieron con suerte, pues la comida alcanzó para todos los que llegaron e incluso quedaron algunos recipientes llenos y lo que toca es llevar “desayunos express”: ir a buscar personas que tengan hambre y dejarles su comida.

A Ciro y a su amigo Eduardo les encantaría poder llevar comida no solo los jueves, sin embargo, ese sigue siendo un proyecto ambicioso, pues saben que aunque hoy esas decenas de personas quedaron llenas, mañana el hambre volverá.

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