La Nacion Costa Rica

Un tríptico para la historia de la danza costarricense

“Perfecta”, esto se dijo de ‘La casa de Bernarda Alba’, coreografía de Cristina Gigirey estrenada en 1978, basada en la obra de García Lorca y musicalizada con el ‘Bolero’ de Ravel

OLGA MARTA MESEN mesenolga@gmail.com

Con La casa de Bernarda Alba, portentosa tragedia de mujeres de Federico García Lorca, a modo de bastidor y la música pertinaz y envolvente del Bolero de Ravel como lienzo, la maestra coreógrafa Cristina Gigirey dibujó con su talento, en 1978, una de las obras icónicas de la historia de la danza costarricense.

Cuando llegó Gigirey a Costa Rica, en 1974, con su esposo Esteban Dörries, venía precedida de una sólida formación, basta experiencia y varios reconocimientos de su natal Uruguay, de Chile, de Argentina, de Alemania y de Francia. Inmediatamente se incorporó a la Escuela de Danza de la Universidad Nacional, abierta ese mismo año bajo la dirección de Elena Gutiérrez. A partir de ese momento y, desde distintos espacios, iría dejando una estela de aportes claves en la historia de la danza, el teatro y la cultura costarricense, a los que habría que dedicarles muchos más espacios; no como este, que es tan solo una brizna de hierba. Su labor docente, sus creaciones para el teatro y la danza, sus composiciones coreográficas, su interpretación escénica, su saber y su enorme talento que entregó sin reservas, son parte de un patrimonio no material inmedible por su condición y grandeza.

LA PIEZA TEATRAL

Carlos Morla Lynch, diplomático chileno, amigo de Lorca, el gran poeta granadino, escuchó la lectura que este hizo de la obra que hoy nos ocupa, el 24 de junio de 1936, y dejó escrito en su diario: “[Federico] Ha rechazado por un día, con un gesto de mano, a las musas que, como siempre, acudieron a su encuentro, cargadas de guirnaldas y de coronas …. para penetrar, sin linterna ni candil, hasta el fondo más negro y desesperanzado de los abismos”.

Concuerdo con él, pues solo desde los abismos podían emerger las lapidarias palabras finales de Bernarda: “Nos hundiremos todas en un mar de luto… ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”. Y Morla Lynch agregó: “Lo contemplo mientras dobla su manuscrito…, y lo siento grande, crecido, con proporciones de monumento”. ¡Qué acierto!: autor y obra convertidos en monumento. Y un monumento no se puede esquivar y Cristina Gigirey lo sabía muy bien. De hecho, la maestra y coreógrafa dejó constancia dancística de sus encuentros con la obra de Federico, que fueron muchos:

La labor docente (de Cristina Gigirey), sus creaciones para el teatro y la danza, sus composiciones coreográficas, su

interpretación escénica, su saber y su enorme talento

que entregó sin reservas, son parte de un patrimonio no material inmedible por su condición y

grandeza.

Mariana Pineda, Así que pasen cinco años, Yerma, poemas del Romancero gitano, canciones lorquianas…, en fin. No tengo duda de que a Cristina le cabe el mérito -entre otros muchos- de haber engrandecido la obra de Federico. ¡Vaya, vaya! ¡Como si esto fuera poca cosa!

LA MÚSICA DEL BOLERO

Preguntada Gigirey al respecto, allá por 1983, dijo: “Es una de esas cosas que salen inconscientemente. Cuando escogí el Bolero para ella, pensé que no podía hacerse con otra música, y que la pieza musical solo podría interpretarse para La Bernarda”. Es decir, un caso de revelación abismal y profunda para el que no hay explicaciones, diría yo.

Con mucho tino el jurista Jorge Enrique Guier escribió: “La atmósfera obsesiva que crea la música se corresponde a plenitud con Bernarda”. Para Guier, era un triunfo de Cristina haber encontrado la correspondencia perfecta entre su obra coreográfica sobre el texto lorquiano y la música del Bolero.

Francisco García Lorca, en su libro Federico y su mundo, había advertido que toda La casa de Bernarda Alba “está acribillada de ecos, rumores, sonidos del exterior”. Quiero pensar que hay una equivalencia entre estos y el persistente sonido del redoblante, en el Bolero; y que este mismo sonido, que empieza casi imperceptible y va creciendo hasta su apoteósico final con la orquesta al completo, es el que sostiene la tensión psicológica entre lo que Francisco llama la “acción oculta” y la “acción aparente” de la tragedia.

Algunos estudiosos han señalado que la pieza lorquiana está articulada con un ritmo musical, in crescendo, totalmente medido, que se precipita inminentemente hacia el cierre final. Partiendo de esa idea, no podemos menos que concluir que el Bolero raveliano era la pieza que cuadraba cabalmente con el texto sin dejar fisura alguna.

LA OBRA COREOGRÁFICA

“Perfecta” es el término que más le sienta. La bailarina y coreógrafa mexicana, Cora Flores, anotaba en 1987 que la creación de Cristina Gigirey era “un hito sin superar” y la periodista Sandra García resumía: “El mejor trabajo coreográfico hecho en el país hasta el momento. Un ballet que deja al espectador sin aliento. Una obra maestra, concebida por una conocedora del oficio. Fuerte, sobria, imposible de describir a cabalidad. Todo eso y más se ha dicho de La casa de Bernarda Alba, la coreografía de Cristina Gigirey, basada en la obra del mismo nombre de Federico García Lorca”. Para la propia Cristina la obra era audaz y le había salido “redonda”.

Su estreno se dio durante la Segunda Temporada de Danza en el Teatro Nacional, en 1978, por el Ballet Moderno de Cámara, con elenco integrado por: Elena Gutiérrez, Nandayure Harley, Evangelina Villalón, Mercedes Vaughan (o Sol Carballo, que intercambiaban el papel de Angustias), Zaida Palma y Mimí González. El vestuarista fue Alejandro Sieveking. Sin embargo, luego será la propia Cristina quien asumirá el papel de Bernarda Alba y llevará este trabajo dentro y fuera del país en infinidad de ocasiones con distintos elencos y, con ella, en el papel de la autoritaria madre. En 1998 afirmaría: “Después de quince años me siento en la piel de Bernarda”. La cosecha de premios y reconocimientos nacionales y extranjeros se inició desde esta primera puesta, cuando obtuvo el Premio Nacional a la mejor coreografía.

A MODO DE COLOFÓN

Es imposible borrar de la memoria este trabajo de Gigirey. He podido confirmar, que a quienes tuvimos la inmensa dicha de verlo, nos resulta inevitable cada vez que escuchamos el Bolero de Ravel que la mente se desplace hacia

La casa de Bernarda Alba y abra de nuevo las vetas de la tragedia de aquellas mujeres, que también son las de hoy.

Cierro con las acertadas palabras de Rocío Fernández: “Si Gigirey ha dado a nuestra danza momentos inolvidables, es porque se ha dado a la medida de su talento y de su alma”.

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