La Nacion Costa Rica

Aplausos de pie para cerrar un concierto inolvidable

La Orquesta de Cámara de Lituania llenó de gozo el templo, sede de un concierto gratuito del Festival de Música BAC Credomatic

Jorge Arturo Mora jmora@nacion.com Después de la misa de 10 a.m, los feligreses y otros públicos asistentes disfrutaron de la música. Dzeraldas Bidva en el violín capturó la atención.

El violinista Zeraldas Bidva llevaba dos minutos de tocar como solista y doña Ethel, con su pelo lacio y blanco, se levantó con celular en mano y grabó todo lo que pudo de la interpretación del lituano.

Aunque muchos se habían contenido de romper el “protocolo” que implica un concierto sinfónico (estar sentado, aplaudir solo al final de las obras y permanecer quiero), la señora no pudo contenerse.

La Iglesia de la Soledad, ubicada en el corazón de San José, fue sede del Festival de Música Credomatic este domingo 14 de agosto y allí todos parecían acogerse a dicho “protocolo” al pie de la letra, pero doña Ethel no pudo resistir más su pasión. No importó, más bien. La gente detrás de su asiento también se levantó a grabar al gran violinista lituano que se encontraba al frente del escenario.

La música da vigor hasta en ese sentido: en romper los moldes y levantarse para gozar la música a su propia manera, como sucedió con este concierto gratuito, donde el espíritu del arte se vivió con puertas abiertas para todo el que así lo quisiese.

Valor único.

En 31 ediciones, el Festival de Música BAC Credomatic ha facilitado espacios abiertos para disfrutar la música sin costo, siempre con músicos de primer nivel traídos de otros países.

Para este año resaltó dentro de la programación la presencia de la Orquesta de Cámara de Lituania, un ensamble fundado en 1960 por Saulius Sondeckis, legendario músico.

Sin embargo, en la iglesia no importó nada el tema de currículos ni quién estaba al frente porque, desde que entraron los artistas hasta el centro del templo, el aura de estar frente a músicos excepcionales se sentía.

La presentación comenzó con la suite St. Paul del compositor Gustav Holst. Jordi Antich, director del festival, cumplió con la costumbre de dar contexto a las obras que se interpretaron. “Escuchar estas danzas es como imaginarse estar en un barco, cargado de marineros. Déjense llevar por la música y sientan todo lo que provoca”, dijo, como antesala de este primer platillo musical.

Desde los primeros sonidos que brotaban de los violines, la hipnosis cayó en el público. Con la iglesia repleta, la audiencia no hizo más que mirar al frente, sin moverse, como si hubiese temor de que inclinarse hacia a un lado o elevar el cuello significara estropear esa partitura que se hacía realidad en el aire.

La suite tomó unos diez minutos de satisfacción para el público. La gente parecía esperar con ansias el cierre del final de la obra para dejar salir todos esos aplausos acumulados. Cuando los músicos bajaron sus hombros, el estallido de ovación apareció.

Después, el ensamble sorprendió con Kol Nidrei, obra de Max Bruch, que no se encontraba en el programa previsto. “Esta es una obra especial”, aclaró Antich, antes de comenzar, “porque toma al violonchelo como un emulador de la voz que se escucharía en una sinagoga judía. El chelo da el ritmo en esta obra”.

Así fue. El talentoso Deividas Dumcius fue amo y señor de esta obra pausada, que bajó los ritmos enérgicos que se habían impulsado con la interpretación anterior. El público pareció relajarse, muchos transeúntes llegaron a acomodarse en las columnas externas para escuchar y, al cierre del tema, la ovación se repitió.

Para la obra final, que fue el Concierto para violín y orquesta en mi menor, op.64 de Felix Mendelssohn, aún nadie del público se había salido del llamado “protocolo”, hasta que apareció doña Ethel.

Su entusiasmo estaba más que justificado: el solista Dzeraldas Bidva fue un cocinero de delicias para el oído, robándose por completo el show y dejando satisfechos a los presentes, que se fueron a casa con el mejor sabor de boca posible.

El epílogo del concierto fue un templo completo de pie aplaudiendo como símbolo de elogios y agradecimiento.

A la salida del concierto, doña Ethel seguía con su sonrisa intacta. Al pararla y cruzar un par de frases, solo alcanzó a decir: “Ese señor (el violinista) me hizo feliz como hace rato no me sentía”. Su familia la acompañaba en las afueras del templo, tomándola de la mano para llevarla a casa satisfecha.

La música venció, como siempre. Aquellos acordes firmados por talento lituano no se olvidarán así no más; emoción de la que puede dar fe doña Ethel.

VIVA

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2022-08-15T07:00:00.0000000Z

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